La pornografía ha formado parte de nuestra sociedad desde hace muchos años. El uso de pornografía, sobre todo al atentar contra determinadas normas morales y religiosas, era percibido por muchas comunidades como algo amoral y perjudicial en muchos aspectos. Especialmente se hipotetizaba que podía promover en sus consumidores conductas agresivas y violencia hacia las mujeres.
Sin embargo, no fue hasta los años 50 cuando la comunidad científica empezó a plantearse el posible impacto de los materiales sexualmente explícitos en la población general con el fin de resolver esos interrogantes. Como puede observarse en la Figura 1, las publicaciones sobre esta temática se incrementaron progresivamente, y en la última década se ha detectado un interés científico mucho mayor.
Figura 1. Publicaciones sobre pornografía en revistas indexadas según Pubmed (mayo 2020)*
*Gráfico obtenido de pubmed.ncbi.nlm.nih.gov
Podría hipotetizarse que este aumento notable de estudios se debe, al menos en parte, a la expansión de Internet y las redes sociales, que han promovido un uso de contenidos pornográficos mucho mayor. Este incremento exponencial de la difusión de pornografía ha hecho que llegara incluso a colectivos de mayor vulnerabilidad, como niños y adolescentes, por lo que sobre todo se ha intentado evaluar un posible impacto negativo en la salud mental y sexual de los consumidores.
Por tanto, la investigación sobre pornografía se ha centrado especialmente en dos poblaciones: la población adulta y los adolescentes y jóvenes. Asimismo, se evidencia una clara distinción entre dos tipos de estudios: aquellos que incluyen población general y los focalizados en población clínica.
Figura 2. Líneas de investigación más extendidas a nivel internacional
Pornografía y población adulta
Las temáticas abordadas en el estudio del uso de pornografía en población adulta han sido numerosas y variadas. Por un lado, se ha estudiado la asociación entre pornografía y disfunciones sexuales. Sin embargo, los datos existentes a este respecto proceden en su mayoría de investigaciones transversales y casos clínicos aislados. Hay poca evidencia, por tanto, de que el uso de pornografía pueda inducir a eyaculación retardada o a disfunción eréctil, y se requieren estudios longitudinales al respecto. Parece ser que las asociaciones entre el uso de la pornografía y el deseo sexual pueden diferir entre mujeres y hombres, aunque los datos existentes son contradictorios y no es posible establecer relaciones causales (1).
Por otro lado, algunos estudios se han centrado en el uso de pornografía y el bienestar de las relaciones afectivas. Sin embargo, las numerosas deficiencias empíricas limitan la credibilidad y generalización de los resultados. Campbell y Kohut (2), tras revisar la literatura al respecto, sugieren que futuras investigaciones en esta línea partan del modelo Antecedentes-Contexto-Efectos (ACE), dado que consideran que se trata de una propuesta teórica exhaustiva y aceptable. El modelo ACE tiene en cuenta la probable complejidad asociada con el uso de la pornografía en diferentes personas y contextos, y los diferentes resultados posibles asociados al uso de pornografía. Este modelo sugiere que el consumo de pornografía estaría impulsado por una variedad de posibles antecedentes (por ejemplo, diferencias individuales, cultura, experiencias de vida, o género). Estos factores determinarían los contextos específicos de uso (por ejemplo, frecuencia de uso, uso solitario o conjunto, o contenido específico). Además, estos aspectos, a su vez darían lugar a un sinnúmero de posibles consecuencias, tanto positivas, como negativas o neutrales. Los antecedentes del uso de la pornografía pueden ser en sí mismos responsables directos de los supuestos efectos de la exposición a la pornografía.
Otra línea de investigación en adultos ha sido la asociación entre la pornografía, la violencia sexual y los intereses parafílicos. Fisher et al. (3) llevaron a cabo una revisión de la literatura científica existente y encontraron poca claridad en cuanto al impacto causal de la pornografía en la agresión sexual o el comportamiento sexual orientado a los niños.
Los experimentos llevados a cabo en el contexto de laboratorio sugieren que la pornografía violenta podría promover agresiones contra la mujer. Sin embargo, los autores consideran que la artificialidad y las limitaciones del entorno experimental limitan severamente la generalización de estos hallazgos a situaciones del mundo real. Además, los estudios observacionales en entornos naturales no encuentran ninguna asociación entre la pornografía y la agresión sexual. Asimismo, aunque es cierto que las personas con pedofilia suelen consumir pornografía infantil, el impacto causal de la pornografía infantil en los delitos sexuales contra los niños no es concluyente.
Los estudios que evalúan si existe una asociación entre las conductas sexuales de riesgo y el uso de pornografía son también muy escasos. Harkness et al. (4) encontraron un total de 17 publicaciones sobre esta temática. Los autores identificaron una asociación entre el uso de pornografía y una mayor tendencia a realizar prácticas sexuales inseguras y un número más elevado de parejas sexuales. Sin embargo, las evidentes limitaciones de estos estudios, especialmente la reducida validez externa y el diseño deficiente de numerosos estudios, dificultan generalizar las conclusiones.
Finalmente, algunos grupos de investigación empiezan a evaluar la relación entre el uso de pornografía y la moral/religión. Una reciente revisión de Grubbs y Perry (5) se ha centrado en factores como la desaprobación moral y la incongruencia moral. Por incongruencia moral se entendería el sentimiento de que las conductas y los valores de uno sobre esas conductas están desalineados. Ello podría contribuir a los problemas de autopercepción en torno al uso de la pornografía. Tras una evaluación de la literatura reciente, parece que la incongruencia moral es un fenómeno común asociado al uso de pornografía, sobretodo en personas religiosas o con estrictos valores morales. Específicamente, parece estar asociada con una mayor angustia sobre el uso de pornografía, mayor malestar psicológico en general, mayor tendencia a presentar problemas relacionados con el uso de pornografía y mayor uso problemático de pornografía.
Pornografía y población adolescente
La investigación centrada en población adolescente ha sido más reducida que la llevada a cabo en adultos, aunque ha incrementado en los últimos años (ver Figura 2). Muy probablemente este menor interés en los adolescentes se deba a las limitaciones asociadas a la evaluación de menores en relación a la sexualidad. Ésta requiere del consentimiento tanto de los padres o tutores legales como de los menores y los centros educativos, cosa que dificulta notablemente el proceso de recogida de muestra.
Figura 3. Publicaciones sobre pornografía y adolescentes en revistas indexadas según Pubmed
*Gráfico obtenido de pubmed.ncbi.nlm.nih.gov
Peter y Valkenburg revisaron todos los estudios publicados entre 1995 y 2015 sobre prevalencia, factores de predicción y consecuencias del uso de la pornografía en adolescentes6. Los autores descubrieron que las tasas de prevalencia del uso de pornografía en adolescentes reportadas por los distintos estudios variaban enormemente. Los adolescentes que consumían pornografía con mayor frecuencia eran varones que se encontraban en una etapa más avanzada de la pubertad, con elevada búsqueda de sensaciones y con relaciones familiares problemáticas.
El uso de la pornografía se asociaba, además, con actitudes sexuales más permisivas y tendía a estar vinculado con creencias sexuales más fuertes y estereotipadas en cuanto al género. Además, parecía que se asociaba con la mayor frecuencia de relaciones sexuales y una mayor tendencia a conductas sexuales casuales.
En el ámbito de las neurociencias, la escasa literatura existente hasta la fecha sugiere que el cerebro del adolescente podría ser más sensible a los materiales sexualmente explícitos (7). Sin embargo, debido a la falta de estudios empíricos, esta cuestión no puede ser respondida de manera definitiva.
En vista de todos estos hallazgos, algunos autores plantean la necesidad de educar adolescentes y jóvenes para que hagan un uso seguro y responsable de las redes y sus contenidos pornográficos. Asimismo, cabe tener en cuenta que aproximadamente uno de cada cinco jóvenes experimenta exposición no deseada a materiales sexualmente explícitos online y a uno de cada nueve jóvenes experimenta peticiones de contenido sexual online8. Por tanto, resultan imprescindibles las campañas educativas para concienciar sobre los riesgos de Internet y las estrategias de seguridad. Además, numerosos autores consideran que se debería incrementar el número y la frecuencia de las campañas de educación pública para los progenitores de los adolescentes (9).
Las diferencias halladas por múltiples investigaciones entre los adolescentes de ambos sexos y entre aquellos de diversos orígenes étnicos implican que el asesoramiento sobre el uso de pornografía debería ajustarse e individualizarse (10).
Uso problemático de la pornografía
En los últimos años se han publicado varias revisiones exhaustivas de la literatura sobre el uso problemático de pornografía (11–13), aunque la investigación sobre esta temática se encuentra aún en los primeros estadios. Ello posiblemente se deba a que no ha sido hasta la última versión de la CIE, el manual de trastornos mentales de la Organización Mundial de la Salud, que se ha planteado que las conductas sexuales compulsivas podrían ser consideradas como un trastorno. Por tanto, posiblemente en los próximos años aumente el interés por conceptualizar y evaluar el uso problemático de la pornografía.
De hecho, Sniewski et al. (14) consideran que aunque la adicción a la pornografía no ha sido aun formalmente clasificada como una adicción conductual propia, es completamente aconsejable que terapeutas y clínicos estén actualizados sobre el estado actual de la literatura relativa al consumo de pornografía, dada la amplia disponibilidad y consumo de material sexualmente explícito, especialmente online. Sobre todo, consideran esencial que puedan discernir entre los patrones de consumo de pornografía no problemáticos y los problemáticos dentro de su práctica clínica.
Por su parte, Fernandez y Griffiths (15) analizaron recientemente los instrumentes existentes para la evaluación del uso problemático de la pornografía, destacando que el modelo adictivo seguía siendo el marco teórico más común en el que estas herramientas psicométricas se basaban.
A fin de testar este posible modelo adictivo asociado a la pornografía, ha empezado a surgir investigación en el ámbito de las neurociencias. El ejemplo más claro es el reciente estudio de Gola et al. (11) en el que mediante resonancia magnética funcional analizan el posible potencial adictivo de la pornografía. Los hallazgos sugieren que los mecanismos neurales y de conducta asociados al procesamiento de estímulos eróticos serían similares a los observados en las adicciones a sustancias y al juego. Por tanto, los autores consideran que el uso problemático de pornografía puede ser considerado como una adicción conductual.
Tabla 1. Principales tendencias observadas hasta el momento*
Poblaciones olvidadas en investigación
Mayoritariamente la investigación en pornografía se ha centrado en definir el patrón del consumidor estándar de pornografía, así como en estudiar qué posibles consecuencias podrían ir asociadas a tal consumo. Sin embargo, dos poblaciones han sido las más olvidadas en el mundo de la investigación: las mujeres y los actores y actrices de materiales pornográficos.
Por un lado, al analizar las investigaciones llevadas a cabo en el ámbito de la pornografía en mujeres, es posible observar cómo la mayoría de los escasos estudios existentes se han focalizado principalmente en el análisis de posibles efectos perjudiciales de la pornografía sobre las mujeres. Ello ha dado lugar a títulos como: “Men’s Objectifying Media Consumption, Objectification of Women, and Attitudes Supportive of Violence Against Women”(16) o “Violent Pornography and Abuse of Women: Theory to Practice”(17). La violencia hacia las mujeres y su objetivación han sido, por tanto, los principales focos de investigación en referencia a las mujeres. La mujer se percibía, por tanto, como un ser pasivo sobre el que recaía la posible violencia de los consumidores de pornografía.
Estos estudios, tal como Kohut et al. exponen en “Is pornography really about “making hate to women”? (…)” (18), se enmarcaban mayoritariamente en la teoría feminista radical, que parte de la idea de que la pornografía sirve para fomentar la subordinación de la mujer al entrenar a sus consumidores para que perciban a la mujer como poco más que un objeto sexual sobre el que los hombres deben tener un control total.
En esta línea, Chadwick et al. (19) afirman que “algunas investigaciones han centrado el tipo de contenido (por ejemplo, sexista/violento frente a no sexista/centrado en la mujer) como un determinante clave de las experiencias de la mujer en la pornografía, pero esto descarta la noción de que las mujeres son consumidoras activas y comprometidas de pornografía y minimiza el papel de la mujer en la conformación de sus propias experiencias.”
Sin embargo, parece que la tendencia ha cambiado en los últimos años. Autores internacionales de gran relevancia en el ámbito de la pornografía, como Marc N. Potenza (Universidad de Yale), Matthias Brand (Universidad Duisburg-Essen), y Zsolt Demetrovics (Universidad ELTE Eötvös Loránd), han optado por diseñar investigaciones focalizadas en evaluar diferencias de sexo y género entre los usuarios de pornografía (20,21). Por tanto, se ha empezado a incluir las mujeres en las muestras estudiadas. De este modo, se pasa a percibir a la mujer como un sujeto activo, que puede tomar decisiones y elegir también si desea o no consumir pornografía.
Algunos estudios han optado por ahondar en la percepción de las mujeres respecto a la pornografía. En esta línea, la Unidad de Investigación Jean Hailes de la Universidad de Monash ha publicado recientemente una revisión de las publicaciones centradas en pornografía y mujeres a nivel cualitativo (22). Sin embargo, tras una búsqueda exhaustiva en cinco bases de datos, los autores solo pudieron seleccionar 22 artículos. Por tanto, los resultados evidencian, una vez más, que tanto los materiales pornográficos como las investigaciones al respecto se han centrado mayoritariamente en los varones.
Según Ashton et al. (22), los temas más recurrentes en estos estudios con mujeres han sido: exposición intencional y no intencional a la pornografía, percepciones conflictivas de sí mismas en relación con las actrices de la pornografía, efectos percibidos de la pornografía en las relaciones íntimas, y tensiones entre sus valores personales y la excitación generada por la pornografía. Parece ser que las experiencias de las mujeres con la pornografía son complejas, heterogéneas, con muchos matices e incluso paradójicas, por lo que se requeriría mucha más investigación al respecto.
Por otro lado, la investigación referente a los actores y actrices de la industria del llamado entretenimiento para adultos es casi inexistente. Los escasos estudios acerca de ellos parten, por ejemplo, de las percepciones de estudiantes (23), pero no los evalúan directamente.
A fin de sobreponerse a tal limitación en el mundo de la investigación, Griffith et al.(24), de la Universidad de Shippensburg, quisieron poner a prueba la hipótesis de los bienes dañados (“the damaged goods hypotesis”). Ésta postula que las actrices porno muestran mayores tasas de abuso sexual infantil, problemas psicológicos y consumo de drogas en comparación con el resto de mujeres. Para ello, los autores compararon los autoinformes de 177 actrices porno con una muestra de mujeres emparejadas por edad, etnia y estado civil.
Las actrices mostraron más probabilidades de identificarse como bisexuales, de usar sustancias, de tener relaciones sexuales por primera vez a una edad más temprana, de tener más parejas sexuales, de preocuparse más por contraer enfermedades de transmisión sexual y de disfrutar más del sexo que el resto de mujeres. No se encontró entre las actrices, sin embargo, una mayor prevalencia de historia de abusos sexuales en la infancia.
En cuanto a las características psicológicas, las actrices mostraron mayores niveles de autoestima, sentimientos positivos, apoyo social, satisfacción sexual y espiritualidad en comparación con el resto de mujeres. Estos hallazgos no apoyarían la hipótesis de los bienes dañados y evidenciarían la necesidad de llevar a cabo más investigaciones en esta población minoritaria específica.
Limitaciones en la investigación sobre pornografía
En el capítulo “¿La ciencia es pornófila o pornófoba?” del libro “Pensar la Pornografía” (25), Ogien analiza las principales limitaciones, tanto normativas como epistemológicas, de los estudios empíricos focalizados en la pornografía y sus efectos (ver Tabla 2).
Tabla 2. Principales limitaciones y sesgos en la investigación sobre pornografía.
Por un lado, el autor destaca la confusión habitual en el ámbito de la investigación entre la definición de pornografía y la evaluación moral de ésta. Además, añade que los constructos de “pornografía” y “violencia” también suelen estar mezclados en numerosos estudios. Por tanto, se cuestiona la relevancia que debería concederse o no a dichas investigaciones empíricas debido a que acaban incurriendo en una confusión entre los efectos psicológicos reales y los efectos ideológicos de la pornografía.
El autor considera que los investigadores deberían definir de manera explícita lo que entienden por pornografía y especificar cualquier contenido utilizado en sus investigaciones. Además, considera que la comprensión del impacto de la pornografía se enriquecería con investigaciones que estén culturalmente contextualizadas.
Peter y Valkenburg (6) recogen en su revisión las principales limitaciones de la investigación en el caso específico de los adolescentes. La primera que exponen coincide con la expuesta por Ogien acerca de que constructo “pornografía” sea operativo y práctico para la investigación. Los autores coinciden en que la heterogeneidad de definiciones dificulta la evaluación de los patrones de uso de pornografía. Por ejemplo, mientras unos estudios contemplan el uso exclusivamente intencional, otros consideran imprescindible evaluar, además, la exposición no intencional a la pornografía.
Dicha heterogeneidad se ha hecho patente, además, en la evaluación del contexto temporal en el que se enmarca el uso de la pornografía. Así, mientras algunos autores contemplan los últimos 30 días, otros evalúan los últimos seis o doce meses y algunos autores no especifican si quiera una franja temporal concreta.
El medio de uso de materiales pornográficos también ha sido estudiado de manera diversa, dado que algunas investigaciones han contemplado exclusivamente la pornografía online, mientras que otras han incluido DVD, revistas u otros medios. Por tanto, los autores subrayan la necesidad de disponer de medidas de evaluación validadas y estandarizadas que permitan una mayor homogeneidad.
Otra limitación relevante destacada por los autores es la falta de conocimiento acerca del contenido pornográfico que usan los adolescentes. Un estudio en profundidad de categorías y contenidos consultados permitiría entender qué atrae o repele a los adolescentes y cómo estos contenidos se asocian a sus conductas, actitudes sexuales y autodesarrollo.
La falta de estudios longitudinales ha sido también destacada. Aunque la calidad de la investigación cuantitativa transversal existente suele ser notable, este tipo de diseño no permite hacer afirmaciones causales en la asociación entre uso de pornografía y actitudes sexuales. Además, se suele subestimar el peso de factores que probablemente tengan una elevada relevancia en esta asociación, como el interés sexual, los estadios madurativos de los adolescentes o factores biológicos como los niveles de testosterona o cortisol. Los resultados encontrados hasta el momento deben ser interpretados, por tanto, con cautela.
Falta, además, un modelo teórico global aceptado por la comunidad científica en el que se puedan enmarcar las investigaciones es este ámbito y comparar los resultados obtenidos.
Además de estas limitaciones, los autores destacan la presencia de cuatro tipos de sesgo principales en estos tipos de investigación6. En primer lugar, la investigación sobre pornografía sufre de un sesgo cultural. Gran parte de los artículos publicados provienen de Europa, América del Norte o Australia, específicamente de países muy concretos, como son Países Bajos, Estados Unidos, Suecia, China y Bélgica. Se desconoce por completo el posible impacto de la pornografía en adolescentes originarios de América Central y del Sur, países asiáticos, Rusia y el Medio Oriente.
Los Países Bajos y Suecia, por ejemplo, se caracterizan por sus enfoques liberales de la sexualidad y uso de pornografía en adolescentes. La aportación relativamente fuerte en el mundo de la investigación de estos dos países podría, por lo tanto, impedir la generalización de conclusiones a países sexualmente más conservadores.
El sesgo de heteronormatividad ha sido también considerado por los autores. Gran parte de los estudios sobre pornografía se han centrado en muestras heterosexuales, y los adolescentes con otras orientaciones sexuales no quedan representados en los resultados de tales estudios.
El tercero haría referencia al sesgo de negatividad, dado que la mayoría de las investigaciones se han centrado exclusivamente en el impacto negativo de la pornografía, analizando generalmente riesgos y peligros, sin tener en cuenta posibles implicaciones positivas de la pornografía, como el placer, conocimiento o autoestima sexuales. Los autores critican, además, que se perciba a los adolescentes como poblaciones vulnerables sin ningún tipo de habilidades críticas, dado que los resultados más recientes indican lo contrario.
Finalmente, el sesgo hacia el status quo ha sido también contemplado. Muchos estudios en esta línea tienden a obviar que la sexualidad de los adolescentes actuales se enmarca en cambios sociales y culturales relevantes. Por tanto, resultados actuales como una mayor permisividad sexual, una mayor tendencia al sexo casual y una mayor frecuencia de las conductas sexuales derivarían de cambios socioculturales de gran importancia que deben ser contemplados.
Conclusión
La literatura científica sobre pornografía ha incrementado notablemente en la última década, al igual que lo han hecho los materiales pornográficos, especialmente online. Se empieza a disponer de hallazgos que permiten a los académicos ir perfilando las características propias de los consumidores de pornografía, así como el impacto de ésta. Sin embargo, son numerosas aún las limitaciones de estos estudios, por lo que los resultados deben ser interpretados con cautela.
AUTORES
Carlos Chiclana Actis. Médico. Psiquiatra. Doctor en Medicina. Facultad de Medicina. Universidad CEU San Pablo. Miembro de la World Association for Sexual Health.
Gemma Mestre-Bach. Psicóloga. Doctora en Medicina Traslacional. Investigadora de la Universidad Internacional de La Rioja.
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