Tras el primer artículo, nuestros expertos continúan con el debate para erradicar la violencia contra la mujer...
No es solo sexo.
En contra de lo que se suele percibir, el motivo de estas agresiones no es solo el deseo sexual, sino también el “vacío de poder”, la inseguridad y la necesidad de control por parte del hombre. La violencia sexual es un acto destinado a degradar, dominar, humillar, aterrorizar y controlar a la mujer. Esta imposición de poder es empleada por el agresor para mitigar su propia inseguridad acerca de su idoneidad sexual, compensando sentimientos de impotencia y frustración a través del uso de la fuerza o la coerción psicológica.
La violencia sexual contra la mujer es un problema prevalente en todas las sociedades a lo largo del planeta, transcendiendo las fronteras de la riqueza, raza, religión o cultura. Un fenómeno de hondo calado histórico enraizado en valores y actitudes que promueven y perpetúan la dominación física, política, económica y social de la mujer.
En este marco social, el movimiento feminista ha hecho sólidas contribuciones sobre las causas de la violencia sexual contra las mujeres. El feminismo se fundamenta en una teoría de la justicia que promueve la libertad e igualdad de derechos todos los seres humanos, independiente del sexo con el que hayan nacido, mujeres o varones.
Ahora es el momento, y que no sea una moda.
Desde este marco teórico, se apunta a que la causa principal de la violencia sexual contra la mujer radica en una estructura social caracterizada por una grave desigualdad, en la que el varón es dominante y la mujer subordinada. Esta jerarquía social, comúnmente conocida como “patriarcado”, consiste en una forma de organización política, económica, religiosa y social basada en la idea de autoridad, superioridad y liderazgo del varón, por el hecho de ser varón, y de la sumisión de la mujer, para conseguir sus objetivos.
Con más de tres siglos de historia a sus espaldas, los avances impulsados desde este movimiento son remarcables: desde la Francia de la Ilustración, donde las primeras mujeres comenzaron a reivindicar el derecho a la educación y al trabajo; pasando por los clamores de derecho al voto de las sufragistas inglesas y americanas; hasta la ‘tercera ola feminista’ de mediados del siglo pasado, donde la libertad sexual, y los derechos sobre el matrimonio y los hijos ocuparon sus esfuerzos.
Sin embargo, las estadísticas recientes advierten del imperativo acuciante de afianzar los “derechos sexuales” femeninos. La incapacidad de la sociedad del siglo XXI para erradicar este fenómeno, evidencia que aún queda un largo camino para clamar el ‘time’s up’ que la presentadora Oprah Winfrey anunciaba a los cuatro vientos durante la pasada gala de los Globos de Oro: “Así que quiero decir a todas esas chicas que miran televisión desde casa que un nuevo día se acerca. Y cuando ese nuevo día comience será porque miles de mujeres, muchas de ellas aquí presentes, y algunos hombres fenomenales, nos acercaron un poco más al momento en que nadie tenga ya que decir nunca más #Yotambién."
Ya en 1965 Pablo VI afirmaba algo parecido: “Pero llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora.” (Pablo VI – Mensaje a las mujeres – 8 de diciembre de 1965).
Es importante que la alarma social actual no quede en una moda pasajera, sino que sea una conquista duradera, un cambio de premisas, una derogación de las creencias erróneas.
Educar, educar y educar. Luego, reeducar.
El camino actual nos lleva hacia la revisión de la “imaginería social” acerca del cuerpo y la sexualidad femenina, así como de las fronteras del consentimiento. La despersonalización y el uso del cuerpo de la mujer como objeto de consumo para el varón aún prevalece y se perpetúa en los medios y redes sociales, haciéndose presente de forma implícita en las relaciones entre ambos sexos.
El motor de cambio reside en la educación y concienciación del papel activo que tienen las mujeres en su autodeterminación, en su capacidad de decisión, en el descubrimiento de su inmenso poder individual, de su propio valor y de su propia existencia.
El enemigo no es el hombre.
En paralelo, existe la necesidad de disociar la masculinidad de actitudes como la dominación, la agresión, o la fuerza como arma de dominación. Como si en la ejecución de estas conductas se fundamentara su seguridad o su identidad.
Igualmente, necesitamos de sistemas judiciales y políticos maduros que tomen conciencia real del problema, hagan visibles y den solidez a los testimonios de las víctimas, cerrando el cerco a futuras agresiones.
Además, y en un sentido más hondo, necesitamos recobrar el sentido de responsabilidad individual, para que ante cada uno de estos crímenes, hombres y mujeres enlacemos nuestras voces para decir no, no en mi nombre, no a la violencia sexual, no en nombre de nuestra sociedad.
Una sociedad madura se preocupará de poner los medios para poder reeducar a todas aquellas personas que cometan delitos de violencia. Según la intensidad y gravedad del delito, precisará de una reeducación que facilite su reinserción en la sociedad general, familiar o de pareja.
La pornografía sí es un enemigo en la lucha contra la violencia contra la mujer. Según las estadísticas de algunos estudios académicos, más del 85% de las escenas pornográficas contienen violencia física, casi el 95% está dirigida contra la mujer y realizada en un 80% por varones.
Escrito por:
Carlos Chiclana, Médico-Psiquiatra. PhD.
Inés Bárcenas, Psicóloga. Counselling.
María Martín. Psicóloga infanto-juvenil. PhD
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